Derrocha gracia y sensibilidad por los cuatro costados, dos cualidades que ha potenciado con la investigación de diversos estilos y con un trabajo tan riguroso como arriesgado.
Sus orígenes y su formación podrían dar una idea de la fuerza que encierra el cuerpo de Shantala Shivalingappa. Nacida en Madras (India) y criada en París, su trabajo va más allá de la mera belleza de sus movimientos. El público alcanza a tocar las puertas de otro estado de conciencia. Gran bailarina de Kachipudi, una de las danzas tradicionales de su país de origen, la artista es consciente de la potencia del baile: “Es un medio que puede ofrecer algo fuerte y muy puro, algo que toca otro nivel y una energía con la que no estamos en conexión en nuestra vida diaria. La danza permite esto, y es universal, como la música y el arte en general. Si se hace con más honestidad, si el público está abierto, no tiene la necesidad de hacer trabajar demasiado la mente y lo recibe con el corazón, eso es universal”.
En Namasya Soli Contemporains, su última obra presentada en el Escena Contemporánea de Madrid el pasado febrero, la bailarina combina su particular estilo en el escenario con la presencia de la tradición india, siempre en vídeo. La fusión de estilos de los cuatro solos en los que se basa el espectáculo no es algo que ella ha creado específicamente para Namasya, sino que va implícita en su trayectoria como bailarina.
Shivalingappa rinde homenaje a sus maestros en una puesta en escena arriesgada, solitaria y sincera. Aunque la presencia de la bailarina llena el escenario, su última propuesta no es apta para grandes salas. Menos es más. Shantala Shivalingappa comenzó a bailar con su madre, la bailarina Savitry Nair, y se formó en el Kachipudi (danza tradicional india) con el maestro Vempati Chinna Satyam. Alejada de sus raíces, el encuentro con la coreógrafa y bailarina, ya fallecida, Pina Bausch, marcó su manera de entender la danza. El movimiento nace de su cuerpo, pero también de su corazón: “Pienso que la danza puede conmover de manera muy fuerte y que una puede tener experiencias a través de ella. Hay muchas personas que dicen que el trabajo de Bausch ha cambiado su vida. Creo que cuando recibes una emoción fuerte o cuando experimentas algo y realmente lo sientes, te puede cambiar la vida”.
La bailarina trabajó diez años con Pina Bausch en su compañía Tanztheater de Wuppertal. De la alemana, que creó el nuevo lenguaje de la danza contemporánea, aprendió a ser precisa, a valorar la importancia del detalle y a relacionar a las personas y a todo lo que nos rodea siempre con el corazón, dejando la mente a un lado. “Lo que pones en la danza no es intelectual; es algo que viene verdaderamente de ti misma”, dice Shivalingappa, quien asegura que Pina Bausch estará siempre presente tanto en su vida como en su trabajo. De ella se queda con la atención al detalle, la fuerza y la sensibilidad.
Tradición y modernidad
El eco de la tradición india y la convulsión de la modernidad se funden con absoluta naturalidad creando un movimiento único, orgánico, preciso. Así es esta bailarina de color azabache. En su última obra introduce un tercer elemento, la danza japonesa Buto, que aprendió al lado de Ushio Amagatsu.
Estas tres formas de entender la danza, aparentemente alejadas, encuentran un punto de conexión en su potencial para expresar emociones. La profundidad y la fuerza expresiva de los tres estilos y su capacidad para conmover es, quizás, lo que le ha permitido crear un movimiento tan ensamblado y original.
Los tres estilos se funden en ella de una manera natural: el Kachipudi, simbolista y colorido; la danza contemporánea, libre y transgresora; y el Buto, en el que se parte de sensaciones para crear los movimientos. Para la artista, el conocimiento de la tradición es esencial como creadora porque recoge la experiencia acumulada y es una fuente de sabiduría. Si la esencia del Kachipudi es la emoción, no hay duda de que en Namasya está el germen: “Yo vengo de la tradición india, donde la intención de la danza, el arte y la música es clara: llevarnos a otro nivel de conciencia”.
Es fácil dejarse llevar por sus pasos. Shivalingappa maneja con naturalidad esa emoción que envuelve al público, su forma de expresión se presenta como una verdad absoluta. Cuando hablamos del desafío de las artes escénicas del siglo XXI es rotunda: “Que los artistas busquen el más alto nivel de sinceridad y de calidad y que se formen sobre una base muy fuerte. Creo que eso es muy importante y, además, tener una mente y un corazón abierto. Pero no es algo del siglo XXI, es algo de siempre”.
Clara de la Flor - Diagonalperiodico.net
Foto: momentos de la pieza de danza ‘Namasya Soli Contemporains’. LAURENT PHILIPPE Y NICOLAS BOUDIER